Después de las elecciones

 

Nadie sabe si hay vida después de la muerte, pero todos sabemos que hay vida después de las elecciones (y del Mundial).

Gane quien gane la contienda electoral, la vida continuará, y el 2 de julio todos saldremos como siempre a trabajar y a cumplir con nuestras obligaciones, sabedores de que nuestro bienestar cotidiano depende de nosotros y no de quien haya ganado las elecciones.

Y por más buenos que sean los elegidos y mejores intenciones tengan, ninguno será el padre proveedor de nuestras familias; ninguno traerá a casa la comida o medicinas que necesitamos, y ninguno pagará nuestras cuentas. Más bien nosotros, como siempre, pagaremos las de ellos.
Aun si el nuevo Presidente lograra abatir la corrupción, aun si metieran a la cárcel, les "mocharan" las manos o perdonaran a los corruptos, el dinero robado o que dejarán de robar no llegará a nuestras bolsas.

Si algún beneficio tangible traería el abatimiento de la corrupción sería que en el mediano plazo, los niveles de pobreza del País se reducirían, y eso siempre y cuando las políticas educativas y económicas de una nueva Administración no nos hagan retroceder (AMLO propone cancelar la reforma educativa e invertir en refinerías obsoletas), que gracias a una honesta y eficaz administración de recursos, la calidad de obras y servicios públicos mejoren y aumenten, y disfrutar la sensación de justicia que produciría el saber que la ley se aplica sin distingos y se castiga a los corruptos, pero no más.

El resto, es decir, la obtención de ingresos y el bienestar personal, seguirán dependiendo de nosotros mismos.

Entendámoslo, el combate a la corrupción no arreglará nuestros problemas personales ni es solución mágica a todos los problemas del País.

El beneficio de vivir en un país administrado con honestidad es colectivo, y se recibe en forma de obras y servicios públicos de calidad y no en lo personal como muchos creen que ocurriría si AMLO gana.

La vida después de las elecciones debemos verla y resolverla en dos niveles: el personal y el nacional, y aunque por momentos se entrelazan, son distintos.

Dirigir y administrar la vida personal está en nuestras manos; dirigir y administrar la vida nacional está en manos de los gobernantes que elegimos para ello.

En otras palabras, y excepto para aquellos cuyos ingresos dependen de la corrupción, para todos los demás la eliminación de ésta ni nos beneficia ni nos perjudica directamente "sino todo lo contrario". Lo que sí nos puede perjudicar a todos por igual es que se implementen medidas que afecten el nivel de confianza en el País y se provoquen retrocesos e incertidumbres en materia económica y de seguridad jurídica.

Esto técnicamente se llama índice de confianza, y así como hay personas que por diferentes motivos no son confiables, de la misma manera hay países que son poco o nada confiables y por lo tanto se invierte poco o nada en ellos, lo que significa que las grandes inversiones generadoras de empleos y oportunidades se vayan a países que ofrecen mayor seguridad.

Cada país del mundo tiene un índice de confianza, el cual se basa en parámetros relacionados con la aplicación de la ley, la democracia, la fortaleza de sus instituciones, la independencia de poderes y por supuesto con la corrupción.

Para los que no lo sepan, según la consultora A.T. Kearney, México ocupa hoy el lugar número 17 del mundo en el Índice de Confianza de Inversión Extranjera Directa. Estados Unidos ocupa el primer lugar, seguido de Alemania, China, Reino Unido, Canadá, Japón, etcétera.

Es simple, nadie quiere perder su dinero o tomar riesgos incalculables. Si no hay confianza no hay inversión, y si no hay inversión no hay empleo, punto.

Dado que los empresarios son los principales generadores de empleo (el Gobierno sólo contrata burócratas), lo que nos debe preocupar de nuevos gobiernos es que no deterioren el nivel de confianza en el País, para que los empresarios nacionales y extranjeros continúen invirtiendo en México, contraten millones de personas, les vaya bien y de esa manera paguen mejores sueldos y más impuestos.

Este domingo cuando salga usted a votar pregúntese no quien ha prometido acabar con la corrupción, que todos lo han hecho, sino quién generará más confianza a los empresarios del mundo y vote por ese.

"Unos ya saben quién... yo ya sé cuál".