Euforia Papal
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La euforia se define como una sensación exagerada de bienestar que se manifiesta como una alegría intensa, no adecuada a la realidad, y acompañada de un gran optimismo. Y creo que los sentimientos causados por la visita del Papa encuadran bien en esta definición. ¿Se puede esperar algún fruto de su visita? ¿Los mensajes de fraternidad y tolerancia que millones de personas escucharon habrán de producir algún cambio de actitud duradero? o la semana que estuvo en México fue solo un paréntesis de buena voluntad y buenas intenciones en la vida cotidiana delos mexicanos que son o se dicen católicos, una euforia momentánea que se esfuma con rapidez, como la de un concierto masivo en el que el “rock star” es vitoreado por sus fans, y al día siguiente lo único que queda es una fotografía y el boleto de entrada al evento pegado en algún álbum de recuerdos.

El aumento reportado de la cantidad de fieles en las iglesias durante la visita del Papa es un fenómeno similar al que ocurre durante los campeonatos mundiales de futbol: mientras éstos se llevan a cabo, la actividad deportiva aumenta, y pasado un tiempo, todo vuelve a la normalidad. Los verdaderos deportistas continúan haciendo deporte como siempre lo han hecho, y los demás abandonan las canchas en cuanto su emoción se disipa.

De la misma manera, cuando el líder espiritual del 84% de los mexicanos viene al país, la reflexión y la actividad religiosa aumentan, y pasada la embriaguez espiritual, todos regresan a lo suyo.

Los ladrones seguirán robando, los secuestradores secuestrando, los corruptos corrompiendo, los mentirosos mintiendo, y los Trumps del mundo,  discriminando, tumbando puentes y construyendo muros.

La visita del Papa es importante para todos, inclusive para los no católicos o creyentes, porque a todos nos beneficia que un líder de tal importancia, se pronuncie a favor de reparar relaciones rotas, entre países, entre iglesias y entre personas. A todos nos benefician mensajes que defienden la libertad de credo y que promueven encuentros interreligiosos; mensajes que eliminen prejuicios y estigmas que durante siglos nos han separado a todos, y nos han hecho sufrir y vivir en medio de infundadas sospechas y desconfianzas.

Pero por mas importantes y trascendentes que puedan ser los mensajes de cualquier líder espiritual, político o social que nos diga que “todos estamos en el mismo barco, que todos tenemos que luchar para que el trabajo sea una instancia de humanización y futuro, un espacio para construir sociedad y ciudadanía”, al final son solo palabras.

Palabras que si bien motivan e inspiran, de nada sirven si no se traducen en hechos, si no se aplican en la vida diaria, tal como lo dijera el Cardenal de Guadalajara Francisco Robles: “cada uno debe revisarse(...)porque los cambios vienen desde adentro”.

La pregunta es si realmente podemos cambiar, porqué hay tanta resistencia al cambio  y a aceptar de buena gana, que otros sean o piensen distinto a nosotros.

Según algunos psicoterapistas, la dificultad para cambiar modos de ser y de pensar se debe a que la mayoría de las personas se consideran a sí mismas como personas “balanceadas”, especiales y hasta excepcionales en muchos sentidos, por lo que los cambios los deben hacer otros.

Adicionalmente hay una propensión humana a explicar nuestros problemas y fracasos culpando a los demás por ellos.

¿Quién es capaz de decir “me corrieron del trabajo por irresponsable, deshonesto o descuidado”. ¿Quién es capaz de aceptar que las cosas negativas que le han ocurrido se deben a su mal carácter o a malas e impulsivas decisiones?

Cambiar requiere humildad, trabajo y decisiones difíciles. Y aún cuando hagamos una seria introspección para conocer y aceptar nuestras carencias y debilidades, y los rasgos de nuestro carácter y personalidad, necesitamos un esfuerzo constante de autocontrol para “mordernos la lengua”, tener sentimientos mas generosos hacia los demás y mitigar las heridas que causamos a las personas a nuestro alrededor, con la agresividad que defendemos nuestras ideas y con la dureza inicial de nuestros juicios.

“Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia” Honoré de Balzac